miércoles, noviembre 24, 2004

23 de noviembre de 2004, aniversario 84 del nacimiento de Paul Celan, y
"quedan aún canciones por cantar..."

miércoles, noviembre 17, 2004

monstruos

La única lengua materna que los humanos compartimos es el balbuceo. En ese sentido, el dadaísmo es el movimiento poético más universal que ha existido: en él caben desde el protoindoeuropeo hasta las lenguas amerindias. El esperanto, esa monstruosa criatura decimonónica, nunca será balbuceado, tal como su contemporáneo Frankestein nunca será producto de un parto, por avanzada que esté la ingeniería genética... Frankestein, no obstante, sí podría balbucear esperanto.
How many pounds can you lift?

Ezra Pound en, "El arte de la poesía" fantasea sobre la posibilidad de una armonía, en el sentido musical, en el poema: una especie de resonancia que se transmitiría de un verso a otro gracias a la habilidad del poeta para manejar los sonidos de la lengua. Pound no se engañaba y sabía que el empleo del término armonía referido a la lírica, era sólo una metáfora. En nuestros días, resulta casi enternecedor escuchar las grabaciones donde Pound "canta" sus poemas.

Hasta ahora, el empleo de términos musicales para explicar ciertos fenómenos literarios ha servido sobretodo para exhibir algunas limitaciones de la literatura con respecto a otras artes. La ya citada armonía de Pound o la tan aquiallatraída polifonía de Bajtín en los estudios literarios, resultan de una burdeza lastimosa cuando se las coteja con la precisión con que esos conceptos se aplican en la música, tanto en su fase de producción como en la de su estudio. La diferencia es que en música, armonía y polifonía no son sólo conceptos sino que están ligadas a técnicas específicas de composición como el contrapunto, o a fenómenos acústicos como la serie de los armónicos.

Los compositores que han empleado textos de manera estrictamente polifónica, desde Guillaume de Machaut hasta Ligeti, en tanto que pertenecen a un campo artístico, y por lo tanto obedecen y violan en cada obra, hasta donde su genio les permite -y ciertamente en eso son privilegiados-, las convenciones de dicho campo, han impuesto la racionalidad de la música a los textos. En la ópera, oratorios, misas, canciones, hay polifonía musical pero no textual porque en realidad no importa que el que escucha entienda el mensaje sino que se deje conducir por el canto, es decir, por lo puramente sonoro, así se trate de la más disonante de las óperas contemporáneas. Al auditorio no le importa que no se entienda el mensaje textual, mientras exista una racionalidad, en este caso la de la música.

En sentido estricto, la etimología de "texto" como 'tejido' es inadecuada para referirse al discurso: no hay ningún tejido sino un solo hilo (doblemente articulado, si se quiere) que se prolonga como sucesión. La limitación no viene de la parte sonora, sino de parte del significado: al parecer, la mente humana sólo puede manejar una línea de significado por unidad de tiempo.

Por todo lo anterior, libros como Their Ambiguity de Joshua Clover, o Lawless de Jen Hofer, que consisten en poemas de dos o tres voces simultáneas, constituyen verdaderos desafíos para el lector/auditor de poesía. La superposición de líneas exige al lector que reconstruya el texto en su cabeza a partir de la lectura de las dos o tres cadenas discursivas de los poemas. Una lectura en voz alta por una sola voz es imposible. Por otro lado, la lectura en voz alta por parte de más de una voz le impone al auditor el dilema de tener que elegir: una sola a un tiempo, si se quiere entender algún mensaje. Claro que el auditor puede abandonarse a la nube de sonidos y despreocuparse por entender, pero eso precisamente pone en crisis la supuesta racionalidad del lenguaje poético. Y es finalmente esa puesta en crisis del discurso poético, lo que la polifonía de los trabajos de Hofer o Clover consiguen. La imposible polifonía literaria muestra la precariedad de la lengua como medio de comunicación. La expresión, por su parte, sigue intacta, pues allí no importa entender.

lunes, noviembre 15, 2004

El carácter enigmático de la música se desprende de la manera en que en ella coexisten la absoluta seriedad con lo puramente lúdico; y con mucha frecuencia no es posible distiguir entre ambos.

El humor de Adrian Leverkunh, por ejemplo, en Las maravillas del gran todo, es desconcertante porque el personaje habla como si hubiera estado al lado del presunto dios en el momento de la creación, sólo que, a diferencia del autonombrado creador del mundo (tal es su tarjeta de presentación en los llamados textos sagrados), el músico es un holgazán, aunque se le asemeja por el hecho de que conoce "el secreto de... (la) infantil mecánica" que mueve los mundos. Adrián hace de la esterilidad una virtud e incluso cuando crea parece sólo hacerlo para burlarse de la idea de creación.

Stravisnky, cuando mata a su títere enamorado en Petrushka, no deja de reírse musicalmente de su malogrado muñeco. Lo trágico no es la muerte del aspirante a heroecito, sino la imposibilidad de parar de reír.