lunes, febrero 02, 2004

No sé si exista una forma de arte donde se mendigue más el aplauso del público que en el ballet clásico; también me parece difícil encontar una más anacrónica. Qué penoso tener que aplaudir cada vez que el bailante en turno se inclina, con una sonrisa inconmovible, para solicitar su dosis de palmadas; lo único que lo supera en patetismo son los mimos y los payasos.

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