Duelo
(poemas con motivos de I. V.)
a quién sino a ella misma
I
Toda la noche
un ruido de palomas lejanas
(alguien entraba cada tarde,
rondaba por mis ojos,
¿cuándo extravié la luz que me la hacía visible?)
Busco,
no termina la noche, pero busco
Invento un aire,
una voz --aire al fin-- para habitar el aire,
una voz que me lleve a la fuente que alumbra.
jueves, abril 24, 2003
El debate sobre el futuro de las agrupaciones de música de cámara debe inscribirse en esa otra pregunta sobre el papel social del arte. La práctica de incorporar obras de música "popular" para atraer nuevos auditorios es una estrategia de promoción válida, pero no debe de ello seguirse que no hay distinciones entre una y otra música. Es deshonesto hacer creer a un público ignorante que una canción de Jimy Hendrix o de Agustín Lara --para el caso da lo mismo-- puesta en cuarteto de cuerdas es ya por eso música de cámara; un análisis elemental bastaría para mostrarlo. Sólo se consigue privar de su especifidad a una manifestación musical auténtica --aunque burda-- si se pretende revestirla con el prestigio de la música "culta." El cuarteto "Cronos" es el ejemplo más exitoso de este tipo de prostitución. ¿Cómo pueden tocar un cuarteto de Webern o de Schnitke junto a alguna cancioncilla etílico-sentimentaloide?
Hoy, 23 de abril (ayer quizás, cuando termine esta nota), se cumplen 112 años del nacimiento de Sergei Prokofiev. Motivo quizás suficiente para preguntarse --como si hiciera falta un pretexto-- por el destino de su música. Su obra, como es bien conocido, ha gozado de un éxito constante en las salas de concierto (basta pensar en su concierto para piano número 3, pieza obligada en todo concurso.) La pregunta es ¿cuánto tiempo sobrevivirá? Difícil predecirlo, sobretodo cuando las instituciones culturales están al servicio del mercado. La aportación de la música de Prokoviev al lenguaje musical del siglo XX, es más bien escasa. Su éxito radica en la ilusión de búsqueda que representa. Por un lado, conserva las grandes estructuras de los dos siglos anteriores (la forma sonata, el principio de variación, los movimientos canónicos de la sinfonía o el concierto), la regularidad rítmica y la tonalidad; además, mantiene vigente la necesidad de un virtuoso, es decir, de un ejecutante que se eleva sobre el tejido musical, a la manera del héroe romántico, y vence todos los obstáculos hasta alcanzar un punto de feliz equilibrio, que no es sino el retorno a la tonalidad original. Por otra parte --y aquí reside la ilusión de búsqueda-- explota las posibilidades cromáticas que se encuentran ya en la paleta orquestal de Mahler y Debussy. Da lástima el desperdicio de un talento que no quiso --o no supo-- sobreponerse a su contexto cultural. Con todo, es posible disfrutar, a condición de ser ingenuo, sus sonatas para violín o alguno de sus conciertos para piano.
miércoles, abril 16, 2003
Sobre una nota de Heriberto Yépez.
En un comentario del 15 de abril, a propósito de la lectura de un libro de Natalio Hernández, Heriberto Yépez señala, con mucho tino, me parece, una de las fallas de los que él clasifica como “poetas mestizos”: el olvido de la “dimensión ética del acto verbal”. Enseguida añade: “hemos olvidado que el texto es una resonancia de la cultura en que se produce." Totalmente de acuerdo con lo primero; sin embargo, habría que precisar en qué consiste dicha dimensión ética. Pienso, ante todo, que se trata de la vinculación que establece el individuo con su comunidad de hablantes. Un lenguaje poético, una escritura que se aísla, aunque sea de manera ilusoria, rompe ese vínculo ético –aunque no el lingüístico--. El componente ético, pues, reside en la conciencia que el hablante tiene del vínculo. En cuanto a la idea del texto como resonancia, propondría que se trata más bien de una disonancia (en música, una disonancia la produce o constituye una nota que, dentro de un determinado sistema de afinación, no está orientada a “resolver” una tensión dentro del sistema.) De la misma manera, la resonancia de la cultura en la poesía, contradice la idea que la cultura tiene de sí. No alivia la tensión, disuena. Si una de las características del lenguaje poético -- y del arte en general-- es introducir una desviación en la norma que ayude a desautomatizar el sistema –el de la lengua, en este caso--, el compromiso ético del artista es asegurarse de que tal desviación se verifique; para lograrlo necesita hacer visible el vínculo social, despojarlo del aspecto ideológico que lo hace pasar como naturaleza, es decir, necesita cuestionar su mera función comunicativa, su carácter pragmático o convencional. Difícil hacerlo dentro de una lengua dominante, que tiene de su lado las instituciones, tanto las explícitamente políticas como las culturales y académicas, además de la tradición. La buena conciencia es apolítica... Paradójica resulta entonces la relación del poeta con su comunidad, el vínculo que establece con ella suspende la legalidad del vincular mismo, de ahí el elemento subversivo de arte.
En un comentario del 15 de abril, a propósito de la lectura de un libro de Natalio Hernández, Heriberto Yépez señala, con mucho tino, me parece, una de las fallas de los que él clasifica como “poetas mestizos”: el olvido de la “dimensión ética del acto verbal”. Enseguida añade: “hemos olvidado que el texto es una resonancia de la cultura en que se produce." Totalmente de acuerdo con lo primero; sin embargo, habría que precisar en qué consiste dicha dimensión ética. Pienso, ante todo, que se trata de la vinculación que establece el individuo con su comunidad de hablantes. Un lenguaje poético, una escritura que se aísla, aunque sea de manera ilusoria, rompe ese vínculo ético –aunque no el lingüístico--. El componente ético, pues, reside en la conciencia que el hablante tiene del vínculo. En cuanto a la idea del texto como resonancia, propondría que se trata más bien de una disonancia (en música, una disonancia la produce o constituye una nota que, dentro de un determinado sistema de afinación, no está orientada a “resolver” una tensión dentro del sistema.) De la misma manera, la resonancia de la cultura en la poesía, contradice la idea que la cultura tiene de sí. No alivia la tensión, disuena. Si una de las características del lenguaje poético -- y del arte en general-- es introducir una desviación en la norma que ayude a desautomatizar el sistema –el de la lengua, en este caso--, el compromiso ético del artista es asegurarse de que tal desviación se verifique; para lograrlo necesita hacer visible el vínculo social, despojarlo del aspecto ideológico que lo hace pasar como naturaleza, es decir, necesita cuestionar su mera función comunicativa, su carácter pragmático o convencional. Difícil hacerlo dentro de una lengua dominante, que tiene de su lado las instituciones, tanto las explícitamente políticas como las culturales y académicas, además de la tradición. La buena conciencia es apolítica... Paradójica resulta entonces la relación del poeta con su comunidad, el vínculo que establece con ella suspende la legalidad del vincular mismo, de ahí el elemento subversivo de arte.
viernes, abril 04, 2003
En "El hombre sin atributos", Ulrich, después de tres intentos fallidos por convertirse en un hombre distinguido, se convence de la futilidad del empeño al leer en el periódico una noticia sobre un caballo de carreras genial. ¿Qué hubiera pensado Musil acerca de su caballo de haber sabido de la futura existencia de bombas inteligentes?