domingo, febrero 20, 2011
La voz poética existe potencialmente como un conglomerado de lenguaje y mundo. Cuando se manifiesta –del único modo posible, como poema- pierde su condición virtual. Para avanzar, la voz poética, necesita resistencia: si el mundo se impone con demasiada fuerza, hay que oponerle el lenguaje; si es el lenguaje el que intenta imponerse como fuerza autónoma, hay que oponerle el mundo. De ese equilibrio de fuerzas, de ese juego de delicadas tensiones surge el poema, que se va urdiendo a medida que la voz avanza.
jueves, febrero 17, 2011
Poetas poseídos por el lenguaje, un mito. Como si el verbo hubiera decidido encarnar en ellos. Su via crucis resulta, como en el otro mito, lo más atractivo. Tome asiento, aquí no se requiere música de fondo.
El poema está siempre insatisfecho -sí, le adjudico al poema una voluntad; es la criatura prosopopéyica por excelencia. Está insatisfecho -el poema, insisto- de mundo; nunca le es suficiente. Sabe, en su condición de poema, que para subsistir necesita mantenerse aparte, autónomo, necesita resistir ese llamado del mundo. Si cede, se diluye en ese mundo: como lenguaje comunicativo, como emisión convencional. Puede, en tal caso, generar, por instantes -que pueden prolongarse años o siglos- la ilusión de que es el mundo, de que se ha convertido en él -no es un final desdichado, por cierto-; pero si su conciencia de obra compuesta es suficientemente fuerte para resistir esas tentaciones, el poema sabrá que es muy poco lo que en realidad alcanzó a abarcar de mundo.
Decir adiós a tiempo es casi más importante que decir o no adiós; finalmente, todo encuentro es potencialmente una despedida. El arte de sincronizar las despedidas debería cultivarse como la más elevada forma de cortesía entre los seres humanos.