jueves, febrero 17, 2011
El poema está siempre insatisfecho -sí, le adjudico al poema una voluntad; es la criatura prosopopéyica por excelencia. Está insatisfecho -el poema, insisto- de mundo; nunca le es suficiente. Sabe, en su condición de poema, que para subsistir necesita mantenerse aparte, autónomo, necesita resistir ese llamado del mundo. Si cede, se diluye en ese mundo: como lenguaje comunicativo, como emisión convencional. Puede, en tal caso, generar, por instantes -que pueden prolongarse años o siglos- la ilusión de que es el mundo, de que se ha convertido en él -no es un final desdichado, por cierto-; pero si su conciencia de obra compuesta es suficientemente fuerte para resistir esas tentaciones, el poema sabrá que es muy poco lo que en realidad alcanzó a abarcar de mundo.
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