lunes, marzo 31, 2003

"Mil novecientos trece. ¿Por qué tienes que hacer poesía?
Para descubrir otra vez mi juventud[...]

De todos los sufrimientos que los hombres se infligen entre sí,
no es la guerra el peor mal,
es sólo el más absurdo[...]
Dolor, ¡oh, dolor!
La insensatez no es más que falta de imaginación,
ridiculiza lo abstracto, habla absurdamente de cosas santas,
del suelo y del honor de la patria,
de mujeres y niños a los que hay que defender.
Pero si se halla ante lo concreto, entonces enmudece
y es incapaz de imaginar los rostros,
los cuerpos y los miembros desgarrados de los hombres,
así como el hambre que en mujeres y niños ella misma ha despertado.
Así es la insensatez, merecedora de la piedad de Dios,
la insensatez de lo filósofos y de los poetas,
que hablan, sin saber, de espíritus sangrantes, de bocas babeantes,
y de la santidadde la guerra.
Pero deben evitar las banderas ondeantes de las barricadas,
pues allí acecha la verborrea abstracta,
la falta de responsabilidad sangrienta y sanguinaria.
Dolor, ¡oh, dolor![...]

Mil novecientos veintitrés. ¿Por qué tienes que hacer poesía?
Para informar de todas nuestras negligencias[...]

Mil novecientos treinta y tres. ¿Por qué tienes que hacer poesía?Tierra de promisión de la despedida,
¡oh, presentimiento de profundos abismos![...]

No nos engañemos,
nunca seremos buenos;
arrastrados de borachera en borrachera,
vamos hacia la tortura y la sangre[...]

Descúbrete y piensa en las víctimas.
pues sólo el que siente la soga en su cuello
se da cuenta de la brizna de hierba
que se agita en el viento
por entre los adoquines que hay bajo el cadalso.
¡Oh, aquellos que disfrutan con el derramamiento de sangre!
Lo demoníaco es ciego,
lo prohibido es ciego,
los espectros son ciegos,
están ciegos ante lo que germina porque ellos carecen de crecimiento[...]
No alabes ni premies nunca más a la muerte,
no premies la muerte que los hombres se infligen unos a otros[...]
Ten, en cambio, valor para decir mierda cuando alguien
excite a los hombres a matar a su prójimo[...]"

Hermann Broch

Dos mil tres. ¿Por qué aún tienes que hacer poesía?

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