miércoles, diciembre 17, 2003

Beethoven
(con saludo a Ignacio Mondaca)

Hoy (ayer), 16 de diciembre, se cumplieron 233 a?os del nacimiento de Beethoven. ?Se puede escribir todavía algo sobre él que no sea un lugar común? Probablemente no, sin embargo, me gustaría deslizar un comentario sobre sus sonatas para piano (32 en total), pues ellas conforman quizá el edificio (?cómo escribir sin metáforas?, he aquí una gastadísima, fosilizada ya: "el edificio") musical más importante de la literatura pianística.

La popularidad de Beethoven es debida sobretodo a sus sinfonías, especialmente la 3a., la 5a. y la 9a. Popularidad enga?osa si se piensa en la grandilocuencia con la que generalmente se las asocia. Los retratos de la época y los recientes intentos hollywoodescos que presentan a un hombre de gesto furioso y cabellos revueltos mueven a risa y sólo se entienden ya como la versión estereotipada del héroe romántico.

La grandeza de este compositor, el carácter majestuoso de su música, no residen en las dimensiones de la orquesta ni en la duración de las obras sino en algo menos "visible": la solidez interna de la construcción, la consecuencia con que los temas son desarrollados. El llamado dinamismo de su música consiste principalmente en la velocidad con que el material sonoro es transformado. Estas virtudes pueden ser apreciadas principalmente en las sonatas y en los cuartetos de cuerdas, pues en ellos el tejido musical se reduce a sus líneas principales. No en vano se ha se?alado cómo los compositores románticos posteriores (Berlioz, por ejemplo) permitieron que Beethoven fuera mejor apreciado: al rebasar la orquesta de áquellos las dimensiones de la empleada por el músico de Bonn en sus sinfonías, finalmente se atendió a la estructura (T. Adorno, Teoría Estética).

Objeto de interpretación no sólo musical sino literaria ha sido la tensión que en las sonatas se da entre armonía y polifonía. Tal oposición ha sido elevada a grado de conflicto: subjetividad armónica vs. objetividad polifónica (T. Mann, Doktor Faustus). Beethoven sería entonces notable por su voluntad de mantener la objetividad, la identidad temática contra la tendencia histórica que se inclinaba hacia la dominación de la armonía. Es claro que ambas dimensiones han estado presentes en la música occidental desde el renacimiento, pero la diferencia de orientación que cada una tiende a imponer al discurso musical produce una crisis en el clasicismo tardío. La música de Schubert, con sus tejidos llenos de morbidez y su repliegue en sí misma es quizás la expresión más lograda de esta crisis. Beethoven asume con plena conciencia este estado de cosas y no busca atenuar la violencia musical que se deriva de ahí. Piere Boulez ha se?alado este rasgo en las fugas de las últimas sonatas, particularmente la op. 106, "Hammerklavier". Hay que decir que las direcciones más audaces de la música del siglo XX no han hecho sino reactualizar el viejo conflicto entre la dimensión horizontal y la dimensión vertical.

De manera esquemática, puede decirse que la forma sonata consta de 3 secciones: exposición, desarrollo y reexposición. Los compositores anteriores a Beethoven (Mozart, Haydn) le aisgnaban casi siempre a la sección de desarrollo una importancia similar que a la exposición, acorde con la búsqueda del equilibrio que subyace en todo clasicismo. Beethoven rompe con este equilibrio y hace del desarrollo una sección extremadamente analítica; para ello se sirve de la variación. Tal recurso, cuando es empleado en los movimientos lentos, a diferencia de lo que ocurre con compositores anteriores, como Bach en las "Variaciones canónicas" para órgano o en las "Variaciones Goldberg", le sirve a Beethoven para conseguir una introspección que da lugar a pasajes que legítimamente, en el sentido de Kant, podrían llamarse sublimes, sólo equiparables quizás a ciertos movimientos sinfónicos de Gustav Mahler.

Si se buscan ecos literarios de estas sonatas, puede leerse el largo pasaje que Tomas Mann le dedica a la op. 111 (última sonata, la 32) en su Fausto, donde, bien se sabe por las memorias del propio Mann en "Relato de mi vida", quien habla --y quien ejecutó para él la pieza-- fue el propio Theodor Adorno. También a la op. 111 le dedica José Angel Valente un poema. Para finalizar, ?qué mejor recuerdo que escuchar esta sonata ejecutada por Sviatoslav Richter? Eso haré ahora mismo.

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